Concepciones Comunitaristas: Escuela Zapatista

La educación zapatista surgió después de su movimiento armado y del establecimiento de 38 municipios autónomos en 1994, como un hecho político para formar en la población la conciencia para el autogobierno, la diferencia, la equidad de género, el cuidado de sus territorios, la independencia económica y la autosuficiencia alimentaria. En la Tercera Declaración de la Selva Lacandona el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN, 1995) convocó a un Movimiento de Liberación Nacional para diseñar una nueva Constitución y un gobierno de transición, y evitar la venta del ejido a particulares.

Desde su aparición, en la Primera Declaración de la Selva Lacandona (EZLN, 1994) el zapatismo expresó su renuncia a la toma del poder, a ser vanguardia, a cobrar por gobernar, y expresaron que desaparecerían cuando se eliminen las causas de su insurrección.

Para entender la práctica de la escuela zapatista, conviene distanciarse de la retórica que considera a la escolarización como instrumento para desarrollo material y social de los países, sobre todo desde los sesenta del siglo XX.

En México cada nuevo gobierno implanta reformas educativas y poco cambia. No falta el comentario jocoso de que la recurrencia de tales reformas muestra su inutilidad (Tyack & Cuban, 2001). Por ejemplo, la modificación en la ley sobre condiciones laborales para el magisterio en 2012 se justifica porque supone que mejorará el trabajo docente y del funcionamiento de la escuela para lograr calidad educativa, y así resolver los conflictos generadas en la sociedad, todavía, llamada capitalista.

En el siglo XXI, en medio de los cantos alegres del éxito de la globalización, persiste el despojo y la explotación de la naturaleza; el lucro es el eje de la economía y no para el servicio de las familias, las trasnacionales controlan a los países y los presidentes se vuelven gerentes; la desigualdad de la repartición del ingreso se acentúa; la biotecnología y la informática aumentan el desempleo (Silva, 2018).


El discurso hegemónico en las escuelas mexicanas renueva la noción de aparato ideológico de Althusser (2003), porque la escuela reproduce los intereses del Estado. ¿Acaso el currículo en competencias no corresponde a las demandas del empresariado globalizado? La calidad en educación, ¿se mide con los parámetros de la producción o con los criterios cualitativos no mensurables de la cotidianidad del aula? ¿O la evaluación al profesorado escapa de los indicadores de eficiencia y productividad propios de la industria que manufactura a destajo? ¿O el predominio del modelo de enseñanza centrada en el estudiante, poco novedosa si se compara con la escuela nueva?

Pero no todo está perdido. Existe una pedagogía crítica que ubica el problema de la educación en lo político, no en lo técnico. Después de analizar la ideología que subyace en los procesos de enseñanza, entienden a las escuelas como espacios de resistencia y generación de proyectos comunitarios alternativos al poder del Estado (Giroux, 1992; Apple, 1997). Postulan que la renovación de la enseñanza no puede separarse del replanteamiento social, con base en las ideas de Freire se intenta una educación crítica y emancipadora, porque la dominación no es total. Y el profesorado debe ser un intelectual transformador (Giroux, 1997).


Los intentos por definir la educación zapatista

Una de las propuestas para caracterizar la enseñanza zapatista es ligarla con la educación popular y el pensamiento de Paulo Freire, cuando plantea la alfabetización para conocer el mundo, nombrarlo, para que la gente aprenda a decir su palabra e intente transformarlo. Es una educación para el pueblo en busca de la emancipación de cualquier tutela, subordinación, dependencia o servidumbre. No es el pueblo en abstracto, se refiere a las personas que viven en la marginación social, política y económica. Para Freire (1997) “la rebeldía es un punto de partida indispensable” (p. 77) contra la injusticia. En el caso indígena, para salir de la opresión, la discriminación, incluso el racismo, que han padecido en México. Por esto, sin ambigüedades, la educación zapatista aspira a una escuela con una pedagogía política para la paz, la formación ciudadana en aras de construir el poder comunitario, el autogobierno y una educación no mercantil. Lograrlo, implica que los contenidos y las didácticas surjan de la gente para formarse con, por y en la comunidad.

En América Latina la educación popular tiene una larga tradición. Según Gómez & Puiggrós (1986) las prácticas pedagógicas nacionalistas y populares en el continente, existen, cuando menos, desde 1935. En su recuento señalan que Lázaro Cárdenas en México promovió esta educación. En 1946 en Guatemala se instituyeron las Misiones Culturales Ambulantes para llegar a toda la nación. Se difundió el culto a los símbolos y valores patrios, el conocimiento de la Constitución y el sentido de la revolución. Además, se promovió la higiene, la prevención y cura de enfermedades, nociones sobre embarazo y parto, las técnicas agrícolas y la rotación de cultivos. Se ocuparon de impulsar el deporte, la música, el cine, el teatro.

En este contexto, para Torres (2012) la escuela zapatista, que se autonombra de educación verdadera, retoma los postulados de Freire sobre humanización, la liberación de los opresores, la naturaleza política de la enseñanza y su perspectiva de transformar las estructuras de poder. Es una educación para la praxis, con heterogeneidad lingüística y cultural, con una pedagogía crítica y radical. En consecuencia, la educación zapatista es de participación colectiva, reivindica el ser indígena, establece lazos de solidaridad y de responsabilidad compartida en sus pueblos. El currículo escolar se diseña desde la comunidad y en congruencia con las demandas zapatistas de la rebelión de 1994, recogen el conocimiento oral de los ancianos. Los promotores y promotoras de educación preparan el material didáctico de los cuentos, guías y libros, en colaboración con asesores externos.

Otra caracterización de la escuela zapatista es de Baronnet (2010,2011a,2015), quien la concibe con autonomía indígena, relaciones horizontales en la educación, la democratización de la gestión escolar, una enseñanza contextualizada afín a las identidades sociales, étnicas y políticas de los pueblos. Son escuelas en resistencia y emancipadoras de acuerdo con un proyecto político-regional en cada municipio autónomo, basada en principios pedagógicos de la praxis y el sentido común.



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